Es matemático, si mi hijo asoma la cabeza al plato y ve algo verde enseguida empieza a poner caras raras y a preguntar: ¿”eso” qué es…?. Y a mí me entran sudores sólo de pensar en la batalla de todos los días. Con toda mi paciencia saco mi arsenal de trucos para conseguir que se coma las judías verdes, mientras me pregunto por qué no serán de color naranja.
Esto que os describo es algo habitual en multitud de hogares con niños ¿Por qué los más pequeños de la casa odian toda la comida “verde”?
Algunos nutricionistas llaman neofobia alimentaria a la aversión a los alimentos desconocidos. Se trata de un mecanismo natural que desarrolla el ser humano ante los productos nuevos y que no tiene relación con la destreza culinaria de los progenitores. Entre las verduras más odiadas por los pequeños destacan las acelgas, las espinacas y la coliflor, según los resultados de un estudio de la Fundación Sanitas hecho público en 2007, y que contó con la participación de 1.620 familias de toda España con hijos de entre 6 y 14 años.
Comer pocas verduras y frutas no supone sólo un desequilibrio en la dieta, sino que provoca un déficit de nutrientes y vitaminas D y E. Y en algunos casos, también de calcio, hierro y de folatos (cuya falta puede afectar la función cognitiva y alterar la capacidad de atención). “Entre otros problemas futuros, puede causar enfermedades cardiovasculares, hipertensión u obesidad“, afirma Ana Requejo Marcos, catedrática de Nutrición y Dietética de la Universidad Complutense de Madrid.
El estudio español EnKid, realizado en el año 2000 con niños de 2 a 24 años de edad, destacaba el hecho de que entre los niños y jóvenes que más comían este tipo de alimentos (cuatro o más raciones diarias) había menos casos de obesidad. Todos los profesionales coinciden en la necesidad de introducir “una alimentación basada en cinco comidas al día”, según corrobora Norma I. García-Reyna, especialista en nutrición y psicóloga del hospital Vall d’Hebrón de Barcelona. Una dieta que debe comenzar con un desayuno a base de cereales, leche y frutas, y donde la ensalada o la verdura estén presentes tanto en la comida como en la cena.
En el programa del Vall d’Hebrón destinado a pequeños en edad escolar con obesidad, “Niños en movimiento”, se trabajan, precisamente, las aversiones alimentarias. “Porque muchos de los niños con problemas de peso tienen rechazo a ciertos alimentos”, dice la especialista en nutrición.
“Muchas veces, lo que sucede es que si le dan judías al niño una vez y no le gustan, no se le vuelven a dar nunca más”, apunta García-Reyna. Craso error. Existen investigaciones que indican que cuando un niño siente rechazo por cierto alimento, si se le da a probar poco a poco, a la octava o décima vez es muy probable que termine gustándole. Y esto, según García-Reyna, es algo que muchos padres no saben. La clave, añade, es darles pequeñas cantidades, no obligarles a comer todo el plato.
La alimentación infantil se convierte, a veces, más que en un tira y afloja, en una auténtica lucha por el poder. Muchos padres optan por el “no te levantarás de la mesa hasta que te lo acabes todo”; otros, por premiar con su postre preferido si se comen el plato que les disgusta; y los más tajantes los envían como castigo directamente a la cama. “El niño hace pruebas de fuerza con la comida, está en su derecho, y si no lo hiciera sería preocupante. Pero nunca debe decidir lo que come”, explica Lucrecia Suárez Cortina, de la unidad de gastroenterología y nutrición infantil del hospital Ramón y Cajal de Madrid y coordinadora de nutrición de la Asociación Española de Pediatría.
El pediatra Carlos González recomienda en su libro “Mi niño no me come” (Temas de Hoy) no premiar con regalos ni, tampoco, sobornar con el postre para que el pequeño coma. Y mucho menos, castigar. “Está comprobado que inconscientemente relacionamos la sensación de saciedad y bienestar con el último alimento ingerido. Con el premio del postre, los padres no aumentan la preferencia ni el gusto por las verduras, sino el gusto por el flan“, asegura García-Reyna.
De hecho, esta actitud les puede marcar su futuro hábito alimenticio. Investigadores de la Escuela de Psicología de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) descubrieron que los bebés que destetan con alimentos como los bizcochos tendrán una preferencia por productos amarillentos, tales como las patatas fritas, más adelante en la vida. Por ello recomiendan introducir verduras entre esa primera variedad de alimentos, para que aumenten su prototipo visual de la clase de alimentos que les guste comer. A veces, lo que les produce rechazo es simplemente el color.
La conducta y los hábitos alimentarios se aprenden en la familia, y los padres deben predicar con el ejemplo. Su actitud es determinante, asegura Ana Requejo Marcos, catedrática de Nutrición y Dietética de la Universidad Complutense de Madrid. Esta doctora considera que los ingredientes fundamentales para conseguir que los niños coman verduras son la naturalidad y, sobre todo, la paciencia: “Si la primera vez no le gusta el plato de espinacas, hay que cambiar la preparación para intentar que le entre mejor la próxima vez”. Requejo propone tratar la alimentación como si fuera una asignatura más: “Contarles los nutrientes y alimentos que tienen las verduras”.
La doctora aconseja comenzar la diversificación alimentaria cuando finaliza la etapa lactante. “Es como el sobrepeso, cuanto mayor es el niño, más consolidados están los hábitos alimentarios equivocados y más tiempo necesitas para cambiar los hábitos alimentarios de un niño de 3 años que uno de 10, que está en la preadolescencia”, añade.
Para algunos autores, el odio a las verduras también puede estar en los genes. ¿Están programados los niños para odiar las acelgas o el brócoli? Un estudio de la psicóloga Lucy Cooke, del Colegio Universitario de Londres, publicado en 2007 en la revista médica American Journal of Clinical Nutrition mostraba cómo la aversión alimentaria es una característica altamente heredable. Estudió 5.390 pares de gemelos idénticos y no idénticos, de entre 8 y 11 años, y los resultados indicaban que la neofobia alimentaria es hereditaria en el 78% de los casos, pudiendo aparecer a partir de los dos años de edad.
Lucrecia Suárez no está de acuerdo: “No hay que buscar explicaciones genéticas, sino ambientales”. En España, hace 35 años las legumbres se comían a diario. Las encuestas indican que ahora sólo se toman lentejas o garbanzos un par de veces al mes. “Hoy es mucho más frecuente comer pasta varias veces a la semana, cuando antes el plato de macarrones era esporádico”, añade Suárez.
Estrategias diarias
- Establecer una gama de alimentos variada y equilibrada.
- Tener en cuenta las preferencias del niño, pero no permitir que dicte el menú.
- No premiar ni recompensar; tampoco castigar.
- Cocinar con los pequeños. Les ayuda a probar los alimentos.
- Los padres deben dar ejemplo: marcan los hábitos alimentarios de sus hijos.
- Se puede añadir a las verduras un poco de ketchup, mayonesa o carne.
- Evitar bollería y chucherías.
2 comentarios
Cris
Hola, tengo 27 años, por desgracia ya no voy a poder tener hijos pero me gusta leer lo relacionado y es que me trae recuerdos de mi infancia. Buen recuerdo es la paciencia que tenia mi madre cuando era comida y leyendo ésto me recordó que no me obligaba ni me castigaba cuando algo no quería y es que insistia suavemente con “venga… come un poquito, no te lo acabes si no quieres, pero un poquito si, no?” Y es que nunca me gustaron las chuches, ni las de los cumpleaños me comía. Ahora puedo llevar sin dificultad una dieta super variada y equilibrada. Gracias mamá!
LauraCruz
Hola a tod@s!!! Soy mamá primerisa y de verdad es un gran reto hacer que mi pequeño de 2 años coma ciertos alimentos. Como cualquier niño, tiene preferencia por los dulces y frutas pero en cuanto a vegetales ¡el sale corriendo!
Para mi fue muy grato encontrarlos ya que ahora tengo mas opciones para hacer que mi peque coma de todo. Les prometo poner en practica sus recetas y les cuento que tal funcionaron.
Un saludo desde México con mucho cariño y GRACIAS!!!